Peñarol falló otra vez en el juego y en la resistencia.



Ya no está el acorazado del pasado. Aquel que apenas metía un bombazo destructivo en las filas rivales se aseguraba la conquista del objetivo.

Ya no hay ni una pequeña muestra del estilo aguerrido y corajudo que le posibilitaba convertirse en un sorprendente ganador en los instantes en los que se encontraba más jaqueado por el avance de las agujas del reloj.

Este Peñarol no tiene nada que ver al glorioso carbonero. Este Peñarol que en ataque depende en exclusividad de lo que haga el volante que defiende con estirpe y clase la función del número diez (léase Antonio Pacheco), se hunde con absoluta facilidad ante el primer tiro que recibe.

La escena se repite fin de semana tras fin de semana. Las situaciones hasta son muy parecidas. Porque no elabora buen juego y cuando lo atacan se cae a pedazos.

Lo más dramático de ayer fue que no tiene la capacidad suficiente como aprovechar los golpes de agua fría que le metió a River Plate. Porque, sinceramente, no hay nada mejor que sacar rédito de las pocas jugadas que se tienen en ataque para hacer la diferencia.

Ni propinándole al darsenero una buena muestra de efectividad, burlándose con ello del "tiqui-tiqui", se pudo consumar una alegría deportiva.

Es cierto, son pocas las armas que tiene para afirmarse, para aguantar un partido. No lo consigue ni haciendo el máximo tiempo posible en todas las penalizaciones, lo que hizo que desde la tribuna pareciera que los papeles estuvieran cambiados. Con River acosando a lo grande y Peñarol aguantando a lo chico.

Pero es lo que hay. Lo que tiene. Que con todo le permitió sacar un punto frente a un equipo que, especialmente en la primera mitad, le dejó al descubierto la falta de categoría en el mediocampo.

Con Bajter y Mozzo bailando al son del toque darsenero, con Román no acertando ni medio pase, Pacheco tuvo que ponerse la ropa de super héroe para poder pensar en un desenlace incierto.

Pero con el "Tony" solo no alcanza. Y eso que hace de todo. La trae, la lleva. Piensa, mete pases profundos. Pero si los de arriba no meten una diagonal, no son capaces de apuntarle al arco o de ganar espacios, termina concretándose lo que ya todo el mundo vislumbra en la tribuna.

Quiere aguantar y no lo consigue. Se hunde fácilmente. Lo increíble es que sucedió en los instantes en los que a River ya le costaba hilvanar las acciones por culpa de los nervios.

Porque, también fue muy notorio, que el elenco de Juan Ramón Carrasco tuvo sus instantes críticos. Allí cuando no salían las triangulaciones ni los pases más cercanos porque la tarde se iba muriendo en el Centenario y costaba una barbaridad meter la pelota en el área aurinegra.

Pero apareció el monumental "Japo" Rodríguez para lograr lo que River merecía. Y lo que se temía le podía pasar a Peñarol.