A lo Peñarol, si no, que los dioses digan lo contrario...



Si esto no fue "a lo Peñarol", que Diego Aguirre, el del agónico grito de campeón de América del 87 en Santiago; que el "Nando" Morena, el de la aparición fantasmal e igualmente salvadora en la segunda final de la Copa contra el Cobreloa, también más allá de los Andes"; y que el gran Alberto Spencer, el del cabezazo que le dio vuelta la historia a River argentino -siempre en la capital chilena- en la finalísima de la Libertadores de hace 44 años, vengan todos juntos o por separado, lo mismo da, y digan lo contrario.

Es que, sino la historia, la tradición -¿o el destino?- rompen los ojos, diciendo que -con excepciones a la regla, claro- siempre, o casi, ha sido así; de la forma como Peñarol ayer volvió a consagrarse campeón uruguayo: sufriendo, con el corazón en la garganta, metiendo, dejando el alma -igual que el tradicional adversario- y, por qué no, "ligando". Incluso, sin demostrar de una manera muy palpable, que era mejor que su contrincante.

Nacional, por ejemplo, en el 71 fue campeón de América, ganándole con autoridad a Estudiantes; en el 80, no dejó dudas de que era un cuadrazo que superó -por poco, pero lo hizo- al equipazo del Inter del fenomenal Paulo Roberto Falcao; y en el 88, le dio tres vueltas a la manzana -además de la olímpica- a Ne-well`s, goleándolo y humillándolo en el Centenario.

En cambio, Peñarol no fue más que River, ni que Cobreloa, y mucho menos que América de Cali, en las epopeyas de Santiago; al revés, como en el primer caso, hasta "se comió" algún baile bárbaro.

Tampoco, por lo menos en todas esas instancias, sus jugadores fueron más hombres que sus rivales, como no lo fueron ayer, por más que el relato de don Carlos Solé en el 66 patentara aquel memorable e imperecedero "¡esta final está ganada a lo macho!" El "a lo Peñarol", pasa quizá, como pasó ayer frente a Nacional, por otro lado.

Esto es: sin Urretaviscaya, y sin el "Pollo", que podía tener la pelota y hacer algo parecido al juvenil -con revoluciones más bajas- que había sido su figura excluyente en materia atacante, Peñarol estaba condenado a llegar poco y nada al arco contrario; y si le metían un gol, no tenía muchas más armas que su empuje y/o un milagro como el del "Vasquito" para empardarlo.

Es más, con el plantel cualitativamente corto que tiene, a Aguirre no le quedó otra que inventar algo, como poner a Albín de lateral derecho y pasar a Aguirregaray al mediocampo, aunque esos golpes de timón bruscos, de puño firme, enérgico, pero desesperados, no suelen salir bien en instancias como la de ayer de tarde.

Como se vio en todo el Torneo Clausura, y quedó demostrado en las finales, con el gol que se metieron "a medias" Arévalo Ríos y Sosa, y también en esas dos jugadas postreras, en las que los caños evitaron que Nacional llegara al alargue, el fondo de Peñarol -que igual "bancó" un disparate- no estaba para aguantar demasiado, y menos aún sin que Albín pudiera evitar que Regueiro le ganara la raya.

Igual que tampoco dio la sensación de que podía aguantar, como lo hizo con la ayuda milagrosa de los caños, después que no sólo se quedó con 10, sino que fue expulsado el único aurinegro que podía tenerla, hacer la pausa, arrear rivales, para darle un respiro a la atosigada retaguardia.

Sin embargo, con una corrida del "Vasquito", que definió con un toque de gacela y, como todos los demás, hasta los que anduvieron bajo, metió todo el partido "como un caballo"; con el manotazo estratégico de Aguirre; y, por qué no, con los h... que tuvo Sosa para sobreponerse a la jugada del gol rival y descolgar decenas de centros peleados, si este título de campeón, conseguido después de remontar ¡10 puntos en la Tabla Anual!, no lo ganó "a lo Peñarol", que vengan la "Fiera", y el "Nando", y el gran Alberto baje desde el cielo, y digan lo contrario.